“Vivir pagando, morir debiendo”, un lema que bien puede ser adjudicado al Fondo Monetario Internacional en su relaciones con los países emergentes o en vías de desarrollo. En el imaginario colectivo, es la figura del usurero del barrio, del pueblo, o de los alrededores que quiere mantener cautivos a sus deudores. En definitiva, le importa más que no le paguen, porque el negocio es refinanciar la deuda hasta reducir a la nada al que le prestó, de tal manera de imponerle condiciones leoninas.
Como en el barrio, en la comarca mundial, el FMI ha sido el mayor usurero global, imponiendo como consecuencia la pobreza estructural a la que condenó a los pueblos periféricos, a uno de los más cruentos y salvajes genocidios de la historia de la humanidad. Millones y millones de niños, niñas y adultos murieron y siguen muriendo de hambre en el mundo del ajuste de las economías, sujetas éstas a verdaderas expropiaciones de sus recursos naturales.
Nada de esto importa para esta institución nacida en 1944 en lo que se denominó como los acuerdos de Bretton Woods. Los países centrales establecieron un nuevo Orden Económico Internacional, que se convirtió rápidamente en el mejor negocio financiero para las corporaciones trasnacionales, logrando de esa manera mayor poder que la mayoría de los países del Tercer Mundo, en el Sur del Planeta.
Hablamos de 1944. En ese año comienzan fuertes transformaciones en nuestra región latinoamericana y particularmente en nuestro país. El mundo desarrollado, controlando a las Naciones Unidos después de dos guerras mundiales, conformaron el FMI y el Banco Mundial. Y la Argentina, que hace justamente 65 años iniciaba un 17 de octubre la revolución de la Justicia Social, decidió no ingresar a esos organismos, anticipando que serían letales para la paz mundial y el desarrollo de los pueblos. Como ha señalado recientemente el canciller, Héctor Timerman, “me parece que el Fondo ha demostrado su ineficiencia, miren como está el mundo y ellos no lo pudieron prever; no es una organización que tenga el prestigio (…) la razón de ser del Fondo es ayudar a los países, no de policías de bancos”.
Fue la dictadura de la “Revolución Libertadora” la que nos metió de cabeza en el FMI. Y no nos pudimos despegar hasta que el Gobierno de Néstor Kirchner, resolvió que era hora de desendeudar al país. En dictaduras y democracias, la deuda crecía exponencialmente. Más pagábamos más debíamos. ¡Hasta se calculaba qué cantidad debíamos individualmente al Fondo cada uno de nosotros por el sólo hecho de nacer argentinos! Porque las deudas deben honrarse y aunque fuera una herencia, cuando uno venía a este mundo ya tenía su cuota asignada.
Durante la década del ’90, las imposiciones de ajuste del FMI se hicieron mucho más perentorias. El país privatizó puertos, aeropuertos, electricidad, agua, y otras empresas estratégicas en manos del Estado. “Achicar el Estado, es agrandar la Nación” se decía, con el argumento de ordenar las cuentas públicas para que nunca se dejara de pagar el FMI. Técnicos y funcionarios desfilaban por la Argentina como si fuera terreno propio, para “monitorear” nuestra economía y disponer su rumbo. Hasta tenían oficinas en nuestros ministerios. Un verdadero latrocinio que derrumbó los proyectos y las esperanzas de vida de millones de argentinos y latinoamericanos.
Ahora no le debemos nada al FMI. Y eso es lo que espanta, porque Argentina tomó una decisión que no figura en los manuales de los imperios para sus colonias. El mundo industrializado, el generador de dos grandes Guerras Mundiales como forma de dirimir sus intereses, comenzó a mirar espantado, primero a Brasil y luego a la Argentina, que decidieron independizarse. Pero esta vez en serio. No tomando partido por uno de dos imperios en disputa. Ningún imperio emergente nos empujaba. Fue la decisión política de un Gobierno con legitimidad popular que decidió los cambios, pero esta vez para el lado del pueblo.
Y ahora, la Presidenta, Cristina Fernández, acaba de reafirmar en el corazón de la Unión Europea, que la Argentina está dispuesta a pagar, qué el país quiere honrar la deuda con el Club de París, pero sin monitoreos externos que no tienen consistencia en el marco de las relaciones con los países. La Argentina está en el FMI, pero no le debe nada. Por lo tanto, el organismo multilateral de crédito ha perdido el argumento de verificar que nuestra economía esté suficientemente gestionada para pagarle. Admitirlos nuevamente en las entretelas de nuestro Presupuesto, sería volver a otorgarles un salvoconducto como gendarmes del Mundo.
Lo que hacemos, lo que construimos, lo que avanzamos en organización, es el fruto del trabajo de todos los argentinos. Para eso nos sirven las reservas que acumulamos. Y conste que esto no es aislarnos del mundo. Esta al fin es la hora que los argentinos nos afirmemos en el rechazo a toda forma de condicionamientos, sean estos de adentro o de afuera.
12 de octubre de 2010
Como en el barrio, en la comarca mundial, el FMI ha sido el mayor usurero global, imponiendo como consecuencia la pobreza estructural a la que condenó a los pueblos periféricos, a uno de los más cruentos y salvajes genocidios de la historia de la humanidad. Millones y millones de niños, niñas y adultos murieron y siguen muriendo de hambre en el mundo del ajuste de las economías, sujetas éstas a verdaderas expropiaciones de sus recursos naturales.
Nada de esto importa para esta institución nacida en 1944 en lo que se denominó como los acuerdos de Bretton Woods. Los países centrales establecieron un nuevo Orden Económico Internacional, que se convirtió rápidamente en el mejor negocio financiero para las corporaciones trasnacionales, logrando de esa manera mayor poder que la mayoría de los países del Tercer Mundo, en el Sur del Planeta.
Hablamos de 1944. En ese año comienzan fuertes transformaciones en nuestra región latinoamericana y particularmente en nuestro país. El mundo desarrollado, controlando a las Naciones Unidos después de dos guerras mundiales, conformaron el FMI y el Banco Mundial. Y la Argentina, que hace justamente 65 años iniciaba un 17 de octubre la revolución de la Justicia Social, decidió no ingresar a esos organismos, anticipando que serían letales para la paz mundial y el desarrollo de los pueblos. Como ha señalado recientemente el canciller, Héctor Timerman, “me parece que el Fondo ha demostrado su ineficiencia, miren como está el mundo y ellos no lo pudieron prever; no es una organización que tenga el prestigio (…) la razón de ser del Fondo es ayudar a los países, no de policías de bancos”.
Fue la dictadura de la “Revolución Libertadora” la que nos metió de cabeza en el FMI. Y no nos pudimos despegar hasta que el Gobierno de Néstor Kirchner, resolvió que era hora de desendeudar al país. En dictaduras y democracias, la deuda crecía exponencialmente. Más pagábamos más debíamos. ¡Hasta se calculaba qué cantidad debíamos individualmente al Fondo cada uno de nosotros por el sólo hecho de nacer argentinos! Porque las deudas deben honrarse y aunque fuera una herencia, cuando uno venía a este mundo ya tenía su cuota asignada.
Durante la década del ’90, las imposiciones de ajuste del FMI se hicieron mucho más perentorias. El país privatizó puertos, aeropuertos, electricidad, agua, y otras empresas estratégicas en manos del Estado. “Achicar el Estado, es agrandar la Nación” se decía, con el argumento de ordenar las cuentas públicas para que nunca se dejara de pagar el FMI. Técnicos y funcionarios desfilaban por la Argentina como si fuera terreno propio, para “monitorear” nuestra economía y disponer su rumbo. Hasta tenían oficinas en nuestros ministerios. Un verdadero latrocinio que derrumbó los proyectos y las esperanzas de vida de millones de argentinos y latinoamericanos.
Ahora no le debemos nada al FMI. Y eso es lo que espanta, porque Argentina tomó una decisión que no figura en los manuales de los imperios para sus colonias. El mundo industrializado, el generador de dos grandes Guerras Mundiales como forma de dirimir sus intereses, comenzó a mirar espantado, primero a Brasil y luego a la Argentina, que decidieron independizarse. Pero esta vez en serio. No tomando partido por uno de dos imperios en disputa. Ningún imperio emergente nos empujaba. Fue la decisión política de un Gobierno con legitimidad popular que decidió los cambios, pero esta vez para el lado del pueblo.
Y ahora, la Presidenta, Cristina Fernández, acaba de reafirmar en el corazón de la Unión Europea, que la Argentina está dispuesta a pagar, qué el país quiere honrar la deuda con el Club de París, pero sin monitoreos externos que no tienen consistencia en el marco de las relaciones con los países. La Argentina está en el FMI, pero no le debe nada. Por lo tanto, el organismo multilateral de crédito ha perdido el argumento de verificar que nuestra economía esté suficientemente gestionada para pagarle. Admitirlos nuevamente en las entretelas de nuestro Presupuesto, sería volver a otorgarles un salvoconducto como gendarmes del Mundo.
Lo que hacemos, lo que construimos, lo que avanzamos en organización, es el fruto del trabajo de todos los argentinos. Para eso nos sirven las reservas que acumulamos. Y conste que esto no es aislarnos del mundo. Esta al fin es la hora que los argentinos nos afirmemos en el rechazo a toda forma de condicionamientos, sean estos de adentro o de afuera.
12 de octubre de 2010
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