En el año 2003 el prestigioso escritor Portugués José Saramago nos sorprendía -y decepcionaba- con una carta digna de un veinteañero despechado que “se olvidó mil cosas buenas, por una que salió mala”. Los mil aciertos desaparecieron caprichosamente para él por un hecho que juzgó inaceptable. De pronto la desnutrición infantil igual a CERO lograda por Cuba, y reconocida hasta por UNICEF -entre otros múltiples logros- ya no contaban.
Y vamos a darle al ya fallecido lusitano una chance, poniéndonos de acuerdo en que aquellos fusilamientos -realizados contra quienes habían cometido traición- fueron una desproporción y un error de la justicia cubana. Y tendríamos dos caminos para hacerlo: decir que ese hecho puntual hay que destacarlo de tal modo que la justicia cubana reconsidere seriamente sus acciones frente a éste tipo de casos… o directamente darle armas a los terroristas enemigos de la revolución para que sigan atacando salvajemente el camino trazado por la valentía de ese pueblo digno. Lo segundo es lo que hizo Saramago en aquel momento. Aquí su carta:
Publicado en El País, Madrid, abril de 2003
Hasta aquí he llegado. Desde ahora en adelante Cuba seguirá su camino, yo me quedo. Disentir es un derecho que se encuentra y se encontrará inscrito con tinta invisible en todas las declaraciones de derechos humanos pasadas, presentes y futuras. Disentir es un acto irrenunciable de conciencia. Puede que disentir conduzca a la traición, pero eso siempre tiene que ser demostrado con pruebas irrefutables. No creo que se haya actuado sin dejar lugar a dudas en el juicio reciente de donde salieron condenados a penas desproporcionadas los cubanos disidentes. Y no se entiende que si hubo conspiración no haya sido expulsado ya el encargado de la Oficina de Intereses de Estados Unidos en La Habana, la otra parte de la conspiración.
Ahora llegan los fusilamientos. Secuestrar un barco o un avión es crimen severamente punible en cualquier país del mundo, pero no se condena a muerte a los secuestradores, sobre todo teniendo en cuenta que no hubo víctimas. Cuba no ha ganado ninguna heroica batalla fusilando a esos tres hombres, pero sí ha perdido mi confianza, ha dañado mis esperanzas, ha defraudado mis ilusiones. Hasta aquí he llegado.
José Saramago
Desde un diario de la derecha internacional –ni más ni menos- le daba de comer a las fieras.
Es como si un trabajador argentino –que indudablemente recuperó una dignidad que había sido pisoteada sistemáticamente hasta el 2003- empezara a arrojar piedras contra el actual gobierno por un hecho que circunstancialmente afecte a su sector. Veríamos a un gesto de esa naturaleza como síntoma de desmemoria o de mezquindad, pues olvidar todo lo bueno sólo por un hecho coyuntural o por una declaración aislada a muchos no nos parece otra cosa que enorme miopía política. De ese tipo de miopía acusamos siempre a algunas minorías políticas autóctonas que abandonan construcciones colectivas ante los primeros escollos o ante la menor desprolijidad.
Espero que algunos compañeros no se vean cegados por la magnificación de sus intereses sectoriales y olviden de ese modo que durante los últimos años no sólo a ellos les fue mejor sino que –y aquí lo más importante a mi ver- les fue bien a sus vecinos trabajadores, integrantes de otros sectores de la economía seguramente. Siempre repito que a mí no me sirve un buen empleo si sé que mis vecinos no tienen nada para comer. Ese país no es el que quiero. Coyunturalmente siempre habrá sectores que en un determinado momento les vaya un poco mejor que a otros, pero lo principal es que haya trabajo para las mayorías.
No podemos perder de vista, más allá de nuestras lógicas y necesarias demandas, que nuestros reclamos por justos que sean se están haciendo a un gobierno que bajó en 20 puntos -20 puntos !!– la desocupación; a un gobierno que reactivó la economía y generó programas de contención social con empleo, a la vez de combatir sistemáticamente la precarización laboral, por mencionar un par de cosas.
No perdamos NUNCA de vista esto compañeros, como no perdemos de vista quienes tuvieron la voluntad política de condenar a los genocidas y de estrechar los lazos regionales de un modo inédito en ésta parte del mundo.
Decía Saramago en un tramo de su desproporción: “Puede que disentir conduzca a la traición…”. Seguramente allí conduce si el disenso se convierte en tozudes y termina siendo una herramienta discursiva válida para los reivindicadores del peor pasado que apuntan al 2015 y a la vez sirven activamente a ciertas tribunas destituyentes. Saramago hizo efectiva su traición desde el diario El Pais, Algunos por estos pagos comienzan a hacerlo desde Clarín. Aún con nuestras diferencias debemos ser SIEMPRE compañeros; las discusiones –hasta las más ásperas- se deben plantear en nuestra vereda y debatir dentro de nuestro colectivo, que sabemos tiene matices en cuanto a miradas sobre algunas cuestiones y es festejable que esos matices existan. Pero no perdamos de vista que la LEALTAD debe aparecer, fundamentalmente, en los momentos en donde ésta se torna imprescindible. En los momentos en que nuestros enemigos reales esperan que, por nuestros circunstanciales enojos, nos pasemos a su pestilente vereda es cuando hay que demostrar por qué nos venimos llamando compañeros. La de ellos es una vereda históricamente anti popular y funcional a unos pocos, es un espacio en donde sabemos que pueden utilizarnos pero íntimamente nos desprecian por pretender soñar plural y solidariamente como lo hicieran hace años varios miles de jóvenes que perdieron o entregaron su vida para llegar a una época de cambios o a un cambio de época, que es -en definitiva- lo que estamos transitando.
¿Hará falta recordar -a ésta altura de la nota- que mas allá del ejemplo utilizado no estamos hablando de fusilamientos en este caso, sino tan solo de declaraciones que cayeron mal o incomodaron?
Sin dudas hay errores propios, y palos en la rueda puestos allí deliberadamente por rastreras manos que nos impiden avanzar a la velocidad y en la forma que pretenden con buena intención muchos compañeros. Pero nuestra vereda es ésta: si lo perdemos de vista dejamos de entender de qué se trata.
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