Una ocasional charla en una reunión social, acaecida este último fin de semana -conversación que no desarrollé porque el ámbito no alentaba a dar discusiones que pudieran distorsionar la intención festiva de la convocatoria en la cual, por otro lado, yo era tan sólo un invitado casi circunstancial- me empujó a una preocupación mas de las tantas que alimentan el terreno de la "batalla cultural".
Se hablaba entonces de una empresa, en la cual los atropellos y arbitrariedades por parte de la patronal es contínua desde hace años. Entre las irregularidades en el trato/maltrato que comete esa empresa para con sus empleados se encuentra la de impedir activamente la conformación de un cuerpo de delegados sindicales en su interior, que puedan intermediar ante los conflictos y clarificar algunos criterios internos. Por derecho correspondería tal cosa, por la cantidad de personal dependiente de la firma. Y lo hice saber.
Ahora bien, en medio de esa caracterización conocida por todos los sentados a la mesa, me encuentro con que uno de los asistentes era un pequeño empresario, por lo cual su antipatía por la presencia de "lo gremial" era algo esperable. Pero mi sorpresa fue que dos de los asistentes eran operarios, sencillos trabajadores, y adherían a ese rechazo a la presencia de sindicatos en sus lugares de trabajo. Pude llegar a ver que sus posiciones en parte se apoyaban en experiencias no gratas, como que cuando el sindicato (del plástico en ese caso) había querido entrar a regular o supervisar el nivel de desacuerdo entre los empleados y los patrones, les había salido caro, y hasta mencionaron algunos despidos.
Argumenté que si se dieron circunstancias de ese tipo se pudo deber a la falta de táctica y fortaleza de los representantes del propio sindicato al momento de proponer un avance efectivo, o bien a la falta de unidad real entre quienes deberían estar interesados en ser defendidos. Como dije, el ámbito no daba para polemizar, pero me quedó la clara percepción de que se debió a lo segundo: el no estar interesados en intentar la unidad con sus compañeros mas directos. Desafíos de base, que deberían ser muchas veces mas atendidos por los sindicatos, pero que también demandan un lógico compromiso de los propios laburantes. Llegué a escuchar argumentos que en boca de un empresario serían entendibles, pero dichas por un trabajador, sonaban artificiales. Pensé en silencio que "los medios de comunicación del enemigo, con sus bajadas de línea, buscan que nuestras bocas terminen repitiendo el mantra mas conveniente a las oligarquías", y seguí comiendo.
Cuando los sindicatos son atacados discursivamente, como corresponde hacer con cualquier fuerte cuestionamiento hacia algo, debemos estar muy pero muy atentos en identificar el origen y la intencionalidad del ataque. Si proviene desde los trabajadores, debemos ver si es por demandas sectoriales insatisfechas, o por un déficit de representatividad puntual. Si el ataque viene desde franjas mas acomodadas o desde empresarios que pueden ver afectados algún interés de su sector -o algunos privilegios- sabremos que estamos ante lo esperable. Pero lo triste es escuchar a un obrero hablando en contra de la forma de organización sindical, o de la experiencia gremial argentina, con los argumentos que le puso en la boca -y en la cabeza- la metralla reaccionaria corporativa propia los sectores anti populares.
Es cierto que muchos Secretarios Generales han permanecido en sus cargos durante décadas. No está mal señalar, con argumentos, si en ese tiempo han perdido lectura de las situaciones y capacidad de resolución frente a los problemas. Decir que Fulano "hace 20 años está en frente del sindicato" es un dato que no nos habla de resultados concretos en favor o en contra de los afiliados de ese sindicato.
Muchas veces los canales de noticias mas sintonizados con la derecha política cuestionan como "pecado capital" esas largas permanencias en sus cargos, pero vamos a aclarar algo: un sindicato es una organización de la sociedad civil, y no un aparato más del Estado. No estamos hablando de gobernadores o presidentes, por lo cual medir los tiempos con la misma vara con que se mide lo otro es, en principio, arbitrario.
No escucho a algunos de esos periodistas afines a la prensa hegemónica, preocuparse por la renovación de autoridades en las cámaras empresariales, cosa que sí suelen demandar a los sindicatos. Se meten con unos y no con otros; sabemos todos que no es casual. Desde esas usinas de opinión se le exige a las organizaciones del pueblo algo que no se le pide a las organizaciones de los empresarios. Entre ellos no se andan pisando el poncho.
Hay que destacar que el nivel de sindicalización en Argentina a los trabajadores debe ponernos orgullosos. Estoy persuadido que si tuviésemos un sistema de sindicatos débiles, como lamentablemente ocurre en otros países, el atropello de liberales y neoliberales de turno por sobre nuestros derechos, hubiese sido mucho mayor. Esa debilidad algunos la quieren lograr. Que hay sindicalistas "transeros", nadie lo niega. Pero acá estamos hablando de algo mucho mas profundo.
Argentina, por otro lado, tiene sindicatos que no se detienen solamente en el conflicto: son también sindicatos de gestión, en donde se atiende a los afiliados y a sus grupos familiares desde muchos aspectos.
Hoy me encuentro con ésta nota de hace unos días, publicada en Mundo Gremial, que entiendo suma elementos criteriosos a la sana discusión:
La democracia sindical
Por Alberto Buela, columnista de Mundo Gremial.
En estos días que se renovó la conducción de la CGT, es un tema común en los gremios escuchar hablar de democracia sindical como si los gremios tuvieran el mismo régimen de gobierno que los partidos políticos. No es así pues su estructura institucional, su origen y funciones son distintas.
En este reclamo de democracia sindical convergen varios y graves errores de concepción acerca de lo que es el modelo sindical argentino y peronista. Estamos todos de acuerdo que los dirigentes sindicales no pueden eternizarse en la conducción de los gremios. Es necesario que haya una renovación de autoridades, pero de ahí a pretender que la conducción de los sindicatos tenga que cambiar por ley, es un error gravísimo. Y vamos a explicar porqué.
El sindicato es una organización de la sociedad civil y no un aparato más del Estado, que es en lo que se han convertido los partidos políticos. Así ellos viven de los subsidios que le otorga por ley el Estado y de los fondos privados en las campañas políticas, a cuenta de futuros favores desde el Estado, cuando accedan al poder.
El sindicato, por el contrario, es una organización social, una organización libre del pueblo para el peronismo, que se funda en la defensa de los intereses y necesidades de sus afiliados. Y como tal debe dar respuesta todos los días ante los problemas que se suscitan a diario.
Ahora bien, esta obligación de respuestas concretas a las necesidades de sus afiliados los lleva a elaborar un sistema de asistencia y prestación que depende, en gran medida, de la superación de la burocracia administrativa por parte de la conducción del gremio. En general puede decirse que los secretarios generales de los sindicatos son maestros en la toma de decisiones ante el estado de excepción. Y esto porque la satisfacción de las necesidades inmediatas y perentorias (ej. una grave operación, un viaje imprevisto, un hospedaje no pensado, etc.) requieren de la pronta decisión.
Es decir, que la conducción sindical tiene una particularidad: realiza todo dentro de la ley, como tantas otras organizaciones sociales, pero busca siempre ir un poco más allá de la ley, porque de lo contrario no resolvería los problemas concretos y diarios. Y para lograr esto necesita de la experiencia del que la conduce. De sus contactos, relaciones y vinculaciones de todo tipo dentro de la sociedad argentina.
De qué le sirve a un gremio si reemplaza a su secretario general porque cumplió 75 años, cuando quien lo sucede carece de capacidad de decisión ante un estado de excepción. De nada. Los sindicatos, como toda institución social, son importantes no por sus edificios sino por la calidad de sus dirigentes.
Así pues, el pretender reemplazar por ley o sea mecánicamente, a una conducción gremial, sea porque se fijaron dos mandatos consecutivos, o un tope en edad, supone un grave riesgo para el funcionamiento del gremio. Son los propios gremios, cada uno según sus necesidades, quienes deben fijar los modos y maneras de reemplazo de la conducción.
La democracia sindical no debe buscarse en una ley, sino más bien en los congresos de delegados; en el funcionamiento democrático de las comisiones directivas y en la pluralidad de agrupaciones internas, porque son estas las tres instancias previstas dentro del modelo sindical argentino para ejercer una democracia sindical real y no la simplemente formal como la que se está proponiendo estos días.
Por eso si queremos un sindicalismo fuerte, moderno, democrático y vigoroso tenemos que empezar por la formación de los delegados sindicales con múltiples y variados cursos de capacitación.
Finalmente, dos anécdotas:
a) don Enrique Ferradás Campos, quien construyó, no creó, porque ya estaba creado, el SAT (televisión) fue el único secretario general que produjo su propio renunciamiento al cargo, y dejó en la lid a Di Girolamo y Cantariño. Fueron a elecciones, Cantariño ganó y Di Girolamo se fue del gremio.
b) Hubo elecciones en obreros del caucho, el secretario general era Roberto García, que contaba con el apoyo de Perón y la oposición Osvaldo Borda, que era apoyado por Augusto Vandor. Ganó Borda y el Áspero García, se compró un taxi y creó el sindicato de patrones de taxis. Con los años Roberto García terminó siendo el ideólogo de “los 25” y Osvaldo Borda, por “los 25”, llegó a integrar el cuarteto de la conducción de CGT junto con Ubaldini, Triaca y Baldassini.
* Afiliado a ATE Capital N° 67733500
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