miércoles, 9 de febrero de 2011

Los que atrasan 100 años:

Por Fabián Curotto

Ya hemos transitado íntegramente el 2010, el año del Bicentenario de nuestra patria. Aún careciendo de perspectiva histórica es fácil percibir cual fue el sello espiritual que el gobierno de Cristina Fernández decidió -y consiguió- darle a los eventos que resaltaron tan significativo acontecimiento: el de una fiesta popular, con todos y para todos.
Retienen nuestras retinas las imágenes de millones y millones de ciudadanos transitando las calles hasta altas horas, sin incidentes de violencia, disfrutando de recitales brindados por artistas de variada identidad musical, de estupendos desfiles tanto en la apertura como en el cierre de los eventos centrales de mayo, asi como también de actividades culturales a lo largo y ancho del país, incluso durante el resto del año. Ejemplo de esto fueron las múltiples actividades desarrolladas en provincias como Córdoba, en donde también hubo gran cantidad de festivales populares, más allá de los que habitualmente se realizan en esa provincia.

En definitiva estamos hablando de participación: participación masiva e invitación a la memoria. La importancia de Mariano Moreno fue resaltada como nunca antes, Martín Miguel de Güemes fue exaltado con justicia a través de material gráfico en la principal avenida porteña. Ejemplos como estos, muchos.

Como fue una fiesta para todos, las clases sociales acomodadas tuvieron su oportunidad de posar en el teatro Colón, y allí también se realizaron actividades especiales, clásicas y tecnológicas. La cultura es de todos y el teatro Colón también lo es, pero bueno, con la mención de dicho teatro comienza la parte de ésta reseña que le da entidad a su título.

El 25 de mayo de 1910, cumpliéndose el Centenario de la Revolución de Mayo, éste teatro fue uno de los ejes centrales de aquellos festejos y durante una de sus funciones de gala un atentado tuvo lugar en sus instalaciones. Parte de un pueblo desplazado de las prioridades del estado, dentro de un país con estado de sitio declarado, vio la ocasión de manifestar su descontento durante aquellas jornadas. El perfil elitista de aquellos festejos era el perfil propio de la alta sociedad que gobernaba por aquellos días. Una alta sociedad con espíritu pequeño, impulsora de un país diseñado para pocos, ameritaba amenazas de huelga general y planteamientos violentos de sectores sindicales anarquistas y socialistas, impulsores de una sociedad mas igualitaria.
Argentina se perfilaba como una potencia económica, pero con el ya conocido diseño piramidal de un país rico en la cúspide, teniendo como ancha base a trabajadores deliberadamente empobrecidos.

Hace pocas semanas comenzaron a multiplicarse las denuncias de trabajo esclavo en nuestro país. No casualmente los responsables o cómplices de esa esclavitud modelo Siglo XXI son terratenientes, actores económicos con los ojos puestos en Europa o en Estados Unidos, en definitiva, los continuadores del modelo 1910. El director de un tradicional diario, Bartolomé Mitre, escribió una editorial que intentaba eximir de culpa a las empresas esclavistas, llamando a las genuinas denuncias “persecución gubernamental”. Ven como avanzada contra el sector privado a la intervención del estado en cuestiones que deben involucrarlo de lleno. Socios –o secuaces- de éste diario de derecha son algunos políticos que se presentan como alternativa del actual modelo de inclusión social y de redistribución de la riqueza, los cuales no dudan en afirmar que el modelo económico opresor en manos de la oligarquía era superior al actual y evidentemente desean reinstaurarlo.

Ejemplo de esto fueron aquellas palabras de Mauricio Macri, vertidas en 2010 y refiriéndose al centenario: “Era una Argentina mejor, estábamos entre los 10 mejores países del mundo.” Tomando sólo como parámetros la exportación de materias primas y algún aspecto recaudatorio mas, puede que tenga razón. Pero considerando el conjunto, es decir, que ese posicionamiento estaba dado en un contexto –o por un contexto- de casi nulos derechos constitucionales y sociales; teniendo por seguro que al país lo manejaban unas pocas familias poderosas; sabiendo que los obreros no contaban con las conquistas laborales logradas mucho después; estando concientes que en esas épocas las tierras se repartían discrecionalmente entre los poderosos y sus parientes, en fin, somos millones los que sostenemos que eso no es estar mejor como país. Es más, a eso ni siquiera lo consideraríamos un país hoy en día: lo llamaríamos Club Privado, o latifundio.

Otra figura, igualmente conocida mas por sus frases que por sus acciones, es la “iluminada” –iluminada con pocas luces- Elisa Carrió. Ella es un profuso manantial de conceptos como el que sigue, también de 2010: “La Argentina de 1910 no era esta, era una Argentina que miraba al futuro”. Si mirar al futuro era perpetuar los males de aquellos tiempos, los mezquinos directores de aquella sociedad la estarían viendo claramente a Carrió en sus ensueños del porvenir y con plena satisfacción, sin duda alguna. Mitre, Carrió y Macri son, junto a otros, los hijos soñados por aquellos pocos hombres –poco hombres- que toleraban la inexistencia del voto femenino, la apropiación de territorios mediante la matanza de los pueblos originarios y festejaban  a aquellas elites aristocráticas que sometían inhumanamente a sus empleados, naturalizando el hecho de hacerlos trabajar sin salarios y tan solo por la comida, entre otras mil cosas repudiables.

Siempre decimos que hay dos modelos de país en pugna, nuestra historia fue y es escenario de esa contienda. A un modelo lo percibimos absoluta y probadamente mezquino, defensor de intereses fácilmente identificables; al otro modelo lo vemos esencialmente generoso o al menos bien intencionado, por estar dotado de cierta humanidad y sensibilidad social. Nadie termina varado en la vereda mas sombría siempre por error: quienes son funcionales a la mezquindad metódicamente habrán encontrado negocio en ello, o la posibilidad de camuflar la oscuridad de su alma pequeña, -cerrada como un puño, tal vez por fobia, resentimiento o envidia- entre algunos individualistas a quienes consideran sus pares. Pero están los otros, los de las manos abiertas, aquellos que a pesar de los desengaños siguen apostando por el conjunto, los constructores del “héroe colectivo” que mencionaba Oesterheld.

 

 


 

1 comentario:

  1. Muy buena Nota Fabián. Yo también creo que son dos los modelos en éste País. Ambos con algunos matices diferentes de aquel Centenario, pero ambos son claramente identificables en su escencia.

    No me caben dudas de que éste Modelo encarado desde el 2003 es el que se merece nuestro País.

    Un abrazo !
    SERGIO CHACO

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